En el pueblo Inca de Ollantaytambo, a
orillas del río Vilcanota, vivía un apuesto y gallardo joven llamado Rumy, el
cual estaba sumamente enamorado de la hermosa princesa Chasca, que era hija del
soberano Inca. Como Rumy era muy pobre, se tenía que ver en secreto con la
princesa Chasca, porque el Inca quería casar a su hija con un hombre muy
rico y poderoso llamado Layka, que además era brujo. Todas las mañanas Rumy se
encontraba con Chasca y jugaban alegremente en el río, nadando y haciendo
piruetas. De esta manera ellos eran muy felices.
El viejo Layka era muy
astuto y malvado, y trataba de engañar al Inca haciéndose el bueno, para así
poder casarse con la bella princesa Chasca. De es esta manera, para lograr su
objetivo, le llevaba muchos regalos al Inca. Le ofrecía vasijas llenas de oro,
joyas y ropas lujosas tejidas en oro y plata. Para ganarse su favor, también
solía obsequiarle regalos a la Colla, esposa del Inca y madre de Chasca. Layka
no hacía todo esto por bondad, sino por interés, para llegar a ser algún día un
príncipe inca.
Como Layka tenía poderes
de visión, una mañana consultando con su esfera mágica de cuarzo, vio que la
princesa Chasca se encontraba todos los días con Rumy en el fondo del río, por
eso nadie se daba cuenta de su relación, porque se veían en secreto. Layka
primero pensó en denunciar a Rumy para que fuera castigado por el Inca. Pero
como era astuto, malvado y envidioso, se puso a idear un malévolo plan para
vengarse. También temía que el Inca, siendo tan benévolo, pudiera perdonar a
Rumy y permitir su casamiento con la princesa Chasca.
El brujo Layka comenzó a trazas planes para poder separar a la princesa Chasca de su amado Rumy, pero esto no era nada fácil porque los jóvenes estaban muy enamorados, y era casi imposible apartar al uno del otro. Entonces, para cumplir con su objetivo, consultó con otros brujos malvados, pero a nadie se le ocurría nada que pudiera separar a los jóvenes. De pronto, a Layka se le vino la perversa idea de convertir a Rumy en oso, y de esta manera separarlos para siempre. Así que le lanzó un potente conjuro, y a la mañana siguiente Rumy se despertó convertido en oso.
Rumy, ahora con la
apariencia de un oso por el conjuro del malvado brujo Layka, sin entender lo
que sucedía, se fue como todas las mañanas a encontrarse con su amada Chasca al
río Vilcanota. Cuando la vio se llenó de alegría. Pero ella, al ver un oso, se
asustó muchísimo y empezó a correr. Rumy gritó: “Chasca, no tengas miedo, soy
yo, Rumy…, alguien me convirtió en oso”. Entonces Chasca se volvió y vio la
vincha que ella le había regalado a Rumy en la cabeza del oso. También
reconoció la voz de Rumy y se tranquilizó.
Al reconocerse, Rumy y
Chasca se abrazaron con mucho amor y alegría por su reencuentro y dedicaron un
buen tiempo a conversar acerca de lo que tenían que hacer para escapar del
brujo Layka y de sus conjuros maléficos. Finalmente decidieron que debían
apartarse de la gente a un lugar lejano donde nadie pudiera encontrarlos. Así
escogieron ir a vivir a las cercanías de la gran montaña llamada Apu Verónica,
cuyas cumbres permanecen siempre nevadas.
Como fruto del inmenso amor que se tenían, Rumy y Chasca tuvieron un hijito al que llamaron Ukuku. Este era un niño que tenía apariencia de oso y de humano. Siempre estaba alegre y era juguetón. Tenía muchos amigos entre los animales y hacía travesuras jugando con el zorro, el cuy, el puma, el cóndor y el venado, que celebraban con alegría sus bromas. Todos lo querían muchísimo porque era bondadoso y ayudaba a sus padres y amigos cuando lo necesitaban.
Un día, cuando Ukuku
paseaba tranquilamente, de repente vio a lo lejos a un grupo de guerreros,
encabezados por el brujo Layka, que venía a vengarse de sus padres. Entonces
Ukuku les avisó para que escapasen y no fueran atrapados por el brujo. Chasca y
Rumy, convertido en oso, comenzaron a correr hacia las altas montañas nevadas
que conocían muy bien, porque llevaban viviendo allí varios años y conocían
todos los lugares donde podían esconderse para no ser atrapados.
Sin embargo, los
guerreros de Layka eran muy veloces y estaban acostumbrados a perseguir fugitivos
siguiendo sus huellas. Además Laika había prometido dar mucho oro y plata,
armas y ropas finas a los guerreros que capturaran a Rumy y a la princesa, y
estaban a punto de capturarlos para entregarlos a Layka. Entonces, Ukuku,
desesperado por querer salvar a sus padres, habló con sus amigos, los espíritus
de las montañas, y les pidió que mandaran una avalancha de piedras que
finalmente sepultó al malvado Layka y a sus guerreros.
Luego Ukuku solicitó a
los buenos Apus, espíritus de las montañas, para que protegieran en todo tiempo a sus padres, Rumy
y Chasca. Entonces los Apus convirtieron a sus padres en dos hermosas montañas
nevadas y fueron inmortales y felices para siempre. De esta manera, Ukuku salvó
a sus padres, y él se quedó viviendo con sus amigos los animales; y sus papás
Rumy y Chasca, transformados en hermosos nevados, permanecen juntos siempre.
Así en el Perú, donde hay una montaña nevada existe un oso Ukuku, que es el
defensor y custodio de los nevados, que recuerdan a la gente el profundo amor
de Rumy y la princesa Chasca.